lunes, 27 de diciembre de 2010

La pequeña bastarda

-¡Tu mamá es una puta! ¡Eres una bastarda! - Le gritaban los niños en la escuela sin que nadie la defendiera. Su carita regordeta era enmarcada por unos anteojos que más bien le quedaban grandes, su cabello negro y su piel canela contrastaba con el blondo pelo de los niños que la señalaban. Su nombre era Lucía.

De camino a su casa acostumbraba ver el su sombra, no gustaba de levantar la mirada, se sentía agobiada por un día más en la escuela. Y es que a los 10 años, la crueldad de los niños es mucho mayor de lo que podrían creer las mentes de los adultos.

Tal vez eran perversiones dentro de los cuerpecillos de aquellos mocosos güeritos. El burlarse de la hija de una inmigrante mexicana en Estados Unidos no era cosa nueva. Pateaba las pequeñas rocas que se encontraba en el camino hasta llegar a casa, siempre, sin darse cuenta, de una forma inconciente, soltaba un largo y profundo suspiro antes de pasar el umbral de la puerta principal, antes de ver a su madre.

Y así, llegaba, colocaba cuidadosamente su mochila en el suelo junto al sillón verde desgastado de la sala. Caminaba lento, como si se tratara de un fantasma perdido hasta la cocina, echaba una miradita sobre la estufa. Nada. Iba al refrigerador y buscaba algo que pudiera ser calentado en el horno de microondas. Pollo, sopa, pan, algo...

La comida era lo de menos, tenía hambre. Ese día no encontró nada. Fue hacia donde sabía que estaba la mujer que le dio la vida. Llegó hasta la habitación y ahí estaba, acostada frente al televisor, viendo el mismo programa.

Su panza sobresalía de su cuerpo, una botella de tequila a lado aún sin destapar, el teléfono a un lado y la mirada absorta en la pantalla.

-Mamá - dijo con una voz tímida - tengo hambre.

No hubo respuesta, la mujer con dificultad se movio para alcanzar su bolso, sacó la cartera y le entregó algo de dinero.

-Ve compra algo y me traes a mi también.

Lucía tomó el dinero y salió de la casa. Su rostro era inexpresivo, no sintió tristeza o algo parecido a una emoción.

En la cama quedó su madre, tirada sobre el lecho, cansada del trabajo rutinario. Era vendedora en una tienda pequeña al sur de la ciudad. Había llegado a aquel extraño país hacia poco más de 10 años, la misma edad que su hija. ¿La razón? Un embarazo no deseado cuando aún vivía en México. Ni siquiera supo quién era el padre de su vástago.

Harta del fracaso amoroso y de la vida, decidió hacer lo que mejor le pareció. Crear su propio mundo.

Sentada frente al televisor, veía siempre el mismo programa, viendo a aquel actor más joven que ella. Sí, era cierto que su nariz no le agradaba del todo pero eso no importó, en su cabeza construyó al mismo hombre pero con nariz perfecta. No había dificultad con eso.

Cada tarde era la misma rutina, arribaba de sus labores diarias y se tumbaba en la cama, esperando la llegada de su príncipe azul. Mientras podía verse en ese mismo sueño, delgada, con una cintura absurda y unas caderas que se marcaban más con aquel vientre plano que se inventó. Sus senos eran grandes, firmes, diferentes a los propios que ya colgaban en su humanidad por su obesidad y la edad.

Mientras, él, un hombre guapo, varoníl, caballero de esos que te dicen cosas bonitas al oído, cosas que quieres oír; todo aquello que anhelaba ver. Él, jamás la abandonaría ni la dejaría ir como el padre de la bastardilla que había ido por la comida de aquel día.

Tanto era su furor, que algunos días se dedicaba a tocarse el sexo mientras jadeaba pensando que estaba entregándose a él en medio de un sofisticado baile o una exquisita cena.  Siendo rescatada de la dura vida que se tiene al enamorarse de cada hombre que le presentaba la vida.

Mientras se manoseaba, sonreía con los ojos cerrados, la cara enrojecida, murmurando entre dientes - Ah, ¿Y dónde están los que me llamaron puta?, ¿dónde están los que se revolcaron conmigo y después me dejaron?, ¡Decían que ni siquiera podía quererme a mi misma, menos dar amor! ¡Decían que me enamoraba de todos y que por eso era una perdida! ¿Dónde están, ah? ... ¡Ahora tengo a mi hombre, este sí es mi hombre y un día vendrá por mí!

Y así, cada tarde, mientras, Lucía se encargaba de imaginar que tan sólo una vez, su madre, no era la puta, no estaba loca, y ella no era la bastarda. Cada tarde y cada noche tratando de no oir los gemidos de ella, tejía el padre imaginario que su vieja le había inventado.

¡Mamá, ya vine, traje hamburguesas! - dijo la pequeña mientras cerraba la puerta.

jueves, 9 de diciembre de 2010

domingo, 5 de diciembre de 2010

Tu, mi, nuestro destino

Tu, mi, nuestra promesa
Tu, mi , nuestra vida
Tu pasión
Mi leccion
Nuestra locura

Tu, mi , nuestro miedo
Tu  orgullo
Mi altivez
Nuestro tropiezo

Tu, mi , nuestro tiempo
Tu duelo
Mi no saber que hacer
Nuestra equivocación

Tu, mi , nuestro amor
Tu amor
Mi amor
Nosotros amando

Amore dato, amore preso, amore mai reso... Solo per te