sábado, 31 de octubre de 2009

Carta de la Catrina a las Brujas

Agonizo sobre mis muertos. Sí, sobre los huesos crudos que se van olvidando entre los trajes de un fulano que se llama Michael Jackson y un disfraz de sirvienta francesa. Mis agringados paisanos ahora toman whisky con soda en lugar de mezcal y aguardiente.

Muero de hambre, ¿dónde quedaron mis tamales, el tequila y el pan de muerto que no tiene ‘crema pastelera’ en medio?, no quiero saber a donde se llevaron mi altar. Los difuntos ya no tienen a donde ir, el permiso para salir un día al año es inútil si nadie los espera en casa, nostalgia fría como el aire de noviembre.

Extraño el olor a muerto tostado sobre el anafre, memoria adolorida con gusto a copal. México tiene mala memoria, siempre lo he dicho, pero esto es inaudito. Año con año he apretado la mandíbula queriéndote decir “¡Maldita bruja, no te los vas a llevar, son míos!”, pero el verlos vestidos con esas cosas tan raras hasta a mi me asusta, lo que hago en esos casos es tomarme un trago de pulque y seguir mi camino.

El año pasado me sentí de lo más tonta, andaba caminando por una escuela, vi un altar, camine entre los presentes que me miraban como lo que ellos llaman “Mexican curious”, agarre un panecito que estaba en una cazuela de barro muy mona, lo mordí y me astille un diente ¡Senda taruga, era de plástico!, antes solo me ponían flores artificiales, de ahí pasaron a las cazuelas vacías (según ellos la comida que me gusta es simbólica), pero el pan falso, es una mentada.

Me alce mis enaguas y salí avergonzada, me senté en la banqueta, mis muertos, los muertos de todos atrás de mí, cansados y con frío. Uno que es nuevo en el gremio se aventuró a ir a su casa, bueno en donde vivía cuando estaba vivo, no hubo quien le abriera la puerta, todos se fueron a una fiesta. Regresó cabizbajo, sediento, esperaba que al menos lo recibieran y le convidaran un taco de lo que estaban cenando, grave error.

Regresamos a nuestro panteón, las tumbas solitas, sin veladoras encendidas a lo largo del camino, chocamos de repente contra los árboles y a lo lejos se escuchan los autos que pasan por la Avenida. Ni una triste florecita de cempazuchitl nos vinieron a traer, aun me queda el sabor de la calabaza en tacha y dulce de tejocote.

No vengo a pedir tregua, por mí quédense con los disfrazados, lo que me interesa es tener donde llegar de visita, alborotar el papel picado del altar, apagar velas, sorber vasos de agua, ver las fotos añejas empapadas en recuerdos, servidas en jarritos de barro con un poco de piquete.

Brujas, si ayuda en algo se los digo así “go away”, es mi gente, los de la piel tostada y ojos negros, los que servían mole y arroz blanco en platones decorados que sólo se usan en ocasiones especiales, aquellos que dejaban membrillos, manzanas y jocoque repartidos en la mesa, los mismos que ponían piloncillo en papel de china para los visitantes más pequeños.

Me despido, tengo que ir al río a lavar mi vestido, a alistar mi sombrero y bolear mis botas a la plaza, están advertidas, finalmente serán muy brujas, pero a fin de cuentas están vivas, nos tendremos que encontrar en el camino.

P.D. El que avisa no es traidor.

sábado, 10 de octubre de 2009

Puntos suspensivos... La lluvia cae (Parte II)

Una mujer con un boquete y la cara deforme en el suelo, como Dastenka, mi muñeca de trapo que vuela y atraviesa mi habitación cuando se me hace tarde en las mañanas, un tipo que se inmuta no por el arma que disparó y el feminicidio que acaba de cometer, sino por el grandulón encapuchado que se acerca corriendo hacia él.

Las 8:00 pm y la calle está en shock, entre muda, sofocada, enardecida, triste, sumisa, viva y locuaz, me quedo enmedio del sumisa y viva, me pasmo, no me muevo, sólo aprieto con fuerza mi mochila ya mojada, el impacto y la adrenalina me hacen pararme como resorte y ponerme detrás de la banca. Miro entre los agujeros.

Los pies que iban corriendo se congelan, se paran en seco sobre el charco de sangre de la mujer, él otro tipo corre, demasiado tarde, una breve sesión de disparos por la espalda lo lanzan unos metros delante, justo como cuando uno cae... Esta vez no mete las manos y su cara se refriega contra el áspero suelo levantando la piel.

Disparos de arma larga, balas abriendo paso entre las vísceras, trozando venas, arterias, tronando un pulmón, partiendo un corazón, machacando vida.

Dos muñecos de trapo sobre el suelo, sangrando, ya ni siquiera agonizando, no tuvieron aquello de ver la vida correr delante de sus ojos antes del momento fatídico, ni la lágrima sentida sobre la mano enferma, simple y sencillamente llegó así, rápida, sigilosa, fría e inmediata, la muerte los tocó y con su mano huesuda los jaló al otro mundo.

El asesino del asesino, así, sin pena alguna, regresa corriendo, chacualeando entre los charcos sube a su camioneta, nunca apagó el motor, da un fuerte portazo y da una vuelta en U atravesando la calle. Fue un trabajo limpio, dejó a su víctima como un alfiletero, o más bien como un muñeco de vudú, le clavó las balas, la magia del sicario resultó más efectiva que la del brujo para matar a las personas.

Miedo en las aceras, llamadas a celular, los curiosos se acercan a los cuerpos, no es lo mismo ver un asesinato en vivo y en directo que verlo por la tele, aquí La Catrina se pasea entre los autos, recoge lo que le corresponde y se marcha contenta.

Puntos suspensivos, la lluvia cae, patrullas a lo lejos después de 20 minutos, se ve cínico el acto de llegar pintando llanta, bajar corriendo y comenzar a hablar números al radio, los pasamontañas les cubren la cara, acordonan el lugar mientras que los peritos confirman dos muertes, ¡magníficos genios! nadie de los presentes lo hubieramos notado.

Salgo de atrás de mi escondite, mi autobús espera en el otro cruce, no lo van a dejar pasar, camino con paso acelerado hacia él, abordo y pago la cuota, toma una desviación y me dirijo a mi casa, puntos suspensivos... La lluvia sigue cayendo.

Puntos suspensivos... La lluvia cae (Parte I)

"...", "...", "..." No se cómo describir el sonido de la lluvia cuando comienza a caer, así que he descubierto un uso extra para los puntos suspensivos.

Salgo de entre las cuatro paredes que en su interior contienen computadoras, notas, lápices, envolturas de galletas, colillas de cigarro, tazas de café, y a pesar de esto, lo llamo trabajo. Hoy no tengo un gramo de esperanza, la dejé guardada bajo el tapete cuando salí de casa, quizá ahí permanezca más segura.

Comienza a caer la noche, hace aire, es otoño así que el viento es agradable, mi cabello revolotea un tanto alegre alrededor de mi cara, camino con pasos cortos y arrastrados aproximandome a una banca en el parque para esperar el transporte urbano, una vez sentada comienza la historia.

Puntos suspensivos otra vez, las gotas de agua siguen estrellándose como pequeños kamikazes sobre el adoquín formando figuras chistosas; esa de allá parece una bicicleta con llantas cuadradas, la de la derecha asemeja un diablito sonriendo, si tuvieran color, sus dientes serían amarillos como semillas de calabaza, en fin, creo que estoy debrayándome. Puntos suspensivos.

El sol va cayendo lentamente, se pierde entre las ventanas, el cemento; la ciudad poco a poco lo engulle como una serpiente con la boca muy abierta para tragarlo completo.

Puntos suspensivos, mi ropa y mi cabello se empiezan a humedecer, me hastía el sonido sde los autos sobre la avenida, un claxón por aquí, el barullo de los autos en todo, recortes urbanos gritando y luego las llantas rechinando... Ya no escucho los puntos suspensivos.

Olor a neumático quemado, una camioneta grande se impacta en la parte trasera de un auto, un poco más atrás otro vehículo siguiéndolo, el chillido de las llantas siemre me estresa. Una mujer que tiene finta de
socialité baja del carro chocado y se dirige fúrica hacia el idiota que le estropeo el 'ultimo modelo sólo doscientos kilómetros', él por su parte ya ha bajado de su troca monstruo (así se ve en comparación al pequeño auto en el que se incrustó) y justo antes de que ella empiece el reclamo, el hombre estira su mano dentro de la cabina, saca un arma y le dispara directo al rostro. Puntos suspensivos mudos, la lluvia sigue cayendo pero ya no puedo escucharla.

Desde que tengo memoria, siempre he tenido problemas para determinar a que distancia se encuentran los objetos. Cuando era niña y viajaba con mi familia, en carretea observaba por la ventana las casas y personas que se veían a lo lejos en el paisaje, asegurando que eran enanos viviendo en minúsculas construcciones dentro de nuestra realidad y alcance.

No tengo idea de a cuánto estoy parada de ellos, pero justo ahora me llega un olor a carne quemada y pólvora, es mentira que huele a sangre, menos ha de tener olor la masa deforme de materia gris, hueso, agua y polvo que se revuelve sobre el pavimento por la lluvia que cae, una tipa histérica comienza a gritar, los más recatados se esconden dentro de sus autos, otros tantos corren por la calle mientras los puntos suspensivos recobran el aliento y comienzan a gritar... Chubasco.